El descubrimiento de unas Ruinas Milenarias
Inquieto se mostró el equipo desde su partida, no había tiempo qué perder, la información que tenían sobre el lugar fungió como un aliciente en el trayecto, preparados técnicamente, acompañados no sólo por la ansiedad y conocimientos, sino con la esperanza y seguridad de que lo que buscaban sería encontrado, aunque un dejo de desconfianza se hizo presente en la travesía, pero fueron algunas horas las que los separaron de sus expectativas, mismas que al llegar al sitio fueron superadas. Envueltos en pláticas relacionadas con experiencias profesionales, los representantes del INAH trataban de acortar la distancia entre ellos y el destino por visitar. Algunas paradas fueron necesarias, ubicación con equipo GPS, consultas técnicas a mapas, referencias entre colegas, hipótesis sugeridas de lo que esperaban encontrar, planteamientos, verificación de traslado de equipo, intercambios de experiencias, tales como visitas hechas a otros estados, incluso a países de Sudamérica, Europa y Oriente, sin dejar de lado el ambiente de camaradería que caracterizó al viaje.Después de horas de viaje, visitas a autoridades municipales y lugareños, la adrenalina empezó a fluir en los miembros del grupo.Una vez que fue indicado el lugar exacto, inició el descenso hacia el río en lo que pareciera ser una carrera contra el tiempo; no hubo duda alguna cuando el grupo se planteó las opciones entre ir en busca de las ruinas o alimentarse e hidratarse. La respuesta surgió como reflejo involuntario, la determinación fue obvia e inmediata, fue una cacería “endiablada”, como lo calificó Lazalde Montoya, médico de profesión.Después de seguir el camino accidentado, bañado de sol y lleno de hojarasca, entre rocas que se desprendían, arbustos, nopales, árboles y demás hierbas, la excitación de los arqueólogos y demás miembros del grupo aumentaba.La sensación al pisar la hojarasca sobre la tierra de la pendiente pronunciada provocaba a cada momento resbalar y caer violentamente, razón por la que fue necesario el uso de cuerdas que facilitaran el descenso.La fatiga y la asoleada tanto de los lugareños (guías) como de los especialistas no se hizo esperar, pero pareció olvidarse cuando se avistaron las primeras construcciones en la cueva, ya que la sorpresa se vio traducida en los rostros de cada uno de los profesionales, un espasmo pareció atacarlos por un instante.Cada uno habló para sí mismo, posteriormente expresaron coincidentemente que la experiencia que enfrentaban fue algo extraordinario y por ende estará marcado en sus recuerdos como con una tinta indeleble por las características de lo apreciado. La emoción traducida casi en lágrimas fue la reacción de los expedicionarios, mientras contemplaban sin dar crédito a lo que veían, sobre todo por lo que representa la documentación y registro de las ruinas anteriormente citadas.Por otra parte, los lugareños observaron desconcertados las reacciones de los profesionales, ya que a pesar de que saben de la riqueza que poseen, desconocían la magnitud e importancia del lugar.
ACCIÓN
Después de pasar el “shock” de los arqueólogos, iniciaron los trabajos de recolección de datos para iniciar la documentación científica del lugar, y marcar así otro hecho histórico sobre lo ya histórico en Durango.Este descubrimiento ha sido el inicio de investigaciones y diferentes teorías que habrán de ser fundamentadas a través de datos contundentes y demás búsquedas y estudios que se llevarán a cabo a través de planes que dará a conocer posteriormente el INAH.
Inquieto se mostró el equipo desde su partida, no había tiempo qué perder, la información que tenían sobre el lugar fungió como un aliciente en el trayecto, preparados técnicamente, acompañados no sólo por la ansiedad y conocimientos, sino con la esperanza y seguridad de que lo que buscaban sería encontrado, aunque un dejo de desconfianza se hizo presente en la travesía, pero fueron algunas horas las que los separaron de sus expectativas, mismas que al llegar al sitio fueron superadas. Envueltos en pláticas relacionadas con experiencias profesionales, los representantes del INAH trataban de acortar la distancia entre ellos y el destino por visitar. Algunas paradas fueron necesarias, ubicación con equipo GPS, consultas técnicas a mapas, referencias entre colegas, hipótesis sugeridas de lo que esperaban encontrar, planteamientos, verificación de traslado de equipo, intercambios de experiencias, tales como visitas hechas a otros estados, incluso a países de Sudamérica, Europa y Oriente, sin dejar de lado el ambiente de camaradería que caracterizó al viaje.Después de horas de viaje, visitas a autoridades municipales y lugareños, la adrenalina empezó a fluir en los miembros del grupo.Una vez que fue indicado el lugar exacto, inició el descenso hacia el río en lo que pareciera ser una carrera contra el tiempo; no hubo duda alguna cuando el grupo se planteó las opciones entre ir en busca de las ruinas o alimentarse e hidratarse. La respuesta surgió como reflejo involuntario, la determinación fue obvia e inmediata, fue una cacería “endiablada”, como lo calificó Lazalde Montoya, médico de profesión.Después de seguir el camino accidentado, bañado de sol y lleno de hojarasca, entre rocas que se desprendían, arbustos, nopales, árboles y demás hierbas, la excitación de los arqueólogos y demás miembros del grupo aumentaba.La sensación al pisar la hojarasca sobre la tierra de la pendiente pronunciada provocaba a cada momento resbalar y caer violentamente, razón por la que fue necesario el uso de cuerdas que facilitaran el descenso.La fatiga y la asoleada tanto de los lugareños (guías) como de los especialistas no se hizo esperar, pero pareció olvidarse cuando se avistaron las primeras construcciones en la cueva, ya que la sorpresa se vio traducida en los rostros de cada uno de los profesionales, un espasmo pareció atacarlos por un instante.Cada uno habló para sí mismo, posteriormente expresaron coincidentemente que la experiencia que enfrentaban fue algo extraordinario y por ende estará marcado en sus recuerdos como con una tinta indeleble por las características de lo apreciado. La emoción traducida casi en lágrimas fue la reacción de los expedicionarios, mientras contemplaban sin dar crédito a lo que veían, sobre todo por lo que representa la documentación y registro de las ruinas anteriormente citadas.Por otra parte, los lugareños observaron desconcertados las reacciones de los profesionales, ya que a pesar de que saben de la riqueza que poseen, desconocían la magnitud e importancia del lugar.
ACCIÓN
Después de pasar el “shock” de los arqueólogos, iniciaron los trabajos de recolección de datos para iniciar la documentación científica del lugar, y marcar así otro hecho histórico sobre lo ya histórico en Durango.Este descubrimiento ha sido el inicio de investigaciones y diferentes teorías que habrán de ser fundamentadas a través de datos contundentes y demás búsquedas y estudios que se llevarán a cabo a través de planes que dará a conocer posteriormente el INAH.
COMPLEMENTARIA EXPERIENCIAS
Después de 25 años, Jesús Fernando Lazalde Montoya regresó a las ruinas de “Las casas en acantilado de la cuenca del Río Mezquital”, ya que este médico de profesión, hace cinco lustros de manera informal, recabó información que lo llevaron incluso a escribir un libro En cuanto al libro que escribió el autor, posteriormente con la experiencia adquirida fue eliminando algunas teorías planteadas en dicho ejemplar. Lazalde Montoya reconoce que hace un cuarto de siglo era sólo un aficionado, pero la pasión que tiene por la arqueología y el significado que tiene esta ciencia en cuanto a lo social, cultural y educativamente hablando ahora ha adquirido mayores conocimientos y de nueva cuenta visitó el sitio.Cabe mencionar que el entrevistado, quien ha visitado diferentes lugares que albergan valor arqueológico en diferentes zonas del país, calificó como de buen estado al lugar, ya que después de 25 años no ha sufrido daños significativos, por lo que insistió que el sitio es uno de los más importantes en el norte de México.
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